martes, 9 de junio de 2009

Piedra al agua!

Suelto las riendas y acá todo fluye con la libertad que solía hacerlo. Se encausa en la serenidad del hondo sentir, que inquieta el actuar. Una realidad aparte, nuevas conversaciones luego de las enseñanzas, que se repiten como platos aún en la boca del estómago. La idea se hace amplia y resoplan los vientos venidos de parajes muy lejanos, anhelos de otrora, re-concebidos, pero aún más lejanos. Se acercan otras lejanías mucho más cerca. Si nuestra vida es como lanzar una piedra a la corriente de un río tormentoso. Nuestros cuerpos han existido hace mucho, reposando junto a otra piedras, en otros escenarios. Luego nos recogen de entre millones, nos cargan. Después de una deliberada selección, confirman aquella decisión como palpándola, conociendo su peso para el arrojo y ...pliu! Somos lanzados hacia el estuario próximo y nuestro vivir es sólo el estallido de agua al hacer contacto con dicho afluente, donde su caudal hace que sólo seamos una zambullida, una explosión de miles de gotas de agua, que generan otras millones de ondas alrededor de las creadas por el impacto mismo de la roca. Pero solamente dura un momento. Y tiene trascendencia para eso centímetros cúbicos -y lo que puedan transmitir- que por razones de diferente índole, iban transcurriendo en ese momento por la zona en que el peñasco entra al cauce y se hunde en el fondo del mismo, luego de ser sacudido por la corriente, la cual lo deja arraigado -sujeto a cambio por intensidad del caudal- junto a otras piedras arrojadas tal vez, para repetir esta analogía e inventar otra metáfora literal.

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