Amanece a medianoche y la Luna* alimenta mis suspiros hambrientos. Sabores a mediodía en ferias paralelas, mas para nadie más. Alterno la mirada y respiro bajo el agua. Súbito sueño recurrente me lleva al mar. Altera el tiempo y me trae de vuelta, de eso que recorre mi cuerpo y conecta los puntos, traza líneas y abre compuertas. Porfío, me sumerjo, salgo a flote mientras lo observo desde la hamaca. Sereno, mi cuerpo se dispone a seguir y las piernas conviven con saltos de piedra en piedra, roca en roca. Y si tropiezo acostado en la cama, aquí las piernas y los saltos entablan estrecha y sólida relación. El pensamiento me lleva a la siguiente roca, reposo y contemplo un rato, mi atardecer, un valle. Dibujo los círculos de ideas esféricas, burbujas de grandes profundidades. El tejido empírico que absorbe cada momento y lo almacena como pesados archivos a descomprimir. Todos los detalles, cada posibilidad, cuanto podamos descubrir e inferir.
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