jueves, 16 de abril de 2009

Peace*

Que lo salvaje se garabatee en el aire, con dedos de manos bailando. Comienza un viaje que me sumerge -fuera de la materia- hacia adentro, buscando ese paisaje, quizá la montaña o el tupido valle. Entonces el tipo, en vacío, soltando carcajadas, jadas. Párpados en serie de bosques, piedras, arboledas. Y el globo que respira. Se enciende lo que tenemos a la deriva por el cuerpo. Los graves en el pecho. Y mil situaciones pasan en una pausa, lapso suficiente para huir de la gente, necesario-recurrente.
Viaje, házte cargo, toma locura y bondad, sáciate y vomita. La brecha se desequilibra y se condensa la buena, esa que falta alrededor. Salto en un pie. Lo inserto en lo común. Y ya no me arranco con las conservas. Aprendo del origen. Mi cuerpo -o éste cuerpo- lo sabe.
Se demora en llegar lo próximo a lo siguiente, y los bajos citados, blancos de aclaraciones conceptuales. La pureza no es abarcada a cabalidad por el lenguaje limitador de evoluciones, entorpecedor de acuerdos, carcelero de posibilidades, pandemia onírica, que los verdugos de valores responden a la necesidad de poder expandirse y albergar, incluso, a los que están en contra del poder: dándole menos poder. Y a los que no creen: dándole no poder. Todo esto rebatible desde la sanación y liberación de esa pandemia. Vamos, calcemos esas huellas enterradas en el polvo grueso de la involución espiritual, de la atrofiación de las conciencias.

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